Ya estamos en febrero, los primeros 30 días del año han pasado volando y nos encontramos de vuelta ante una de las fechas más polémicas del año, el 14 de febrero. Si bien es cierto que este día ha sido acaparado por la comercialización del amor y la amistad, podemos rastrear sus orígenes a las tradiciones clásicas en las que se celebraban bacanales en honor a Baco, dios de la fertilidad, la pasión y el gozo.

Sin embargo, los tintes occidentales han implantado una idea del amor que ejerce una presión social sobre el concepto del amor en todos los niveles. De entrada vemos en el ambiente la idea romantizada del amor de pareja que está muy alejado de la realidad. Esto ha provocado en todos, por periodos o de forma permanente, frustración ante los vínculos amorosos.

Seguramente existen tantas formas de amar como seres humanos habitan el planeta, pero en lugar de aceptarlo nos hemos enfocado en vivir de la única manera en que creemos que debe ser el amor: todo color de rosa. Por supuesto que el amor es bello, pero no es un eterno idilio, sería necio pensar que solo puede ser de esa manera y que cuando las cosas no resultan así implica que el amor deja de existir.

Si bien irnos dando cuenta de las diferentes manifestaciones del amor nos ha permitido movernos de otras maneras dentro de las relaciones y explorar vínculos que antes eran censurados, sigue existiendo el problema de abordarlo desde lo que damos y recibimos del otro. Quizá un nuevo punto de vista pueda darnos luz sobre ese retorcido camino que son las relaciones humanas. Y decir nuevo en realidad es una falacia porque se trata de algo que hemos olvidado o hemos dejado atrás en la historia de la humanidad: el amor propio.

Cómo se supone que podamos amar a alguien si no nos amamos a nosotros mismos. Aún cuando no tiene ninguna lógica, lo común es que nos lancemos en la búsqueda del amor desde nuestros propios vacíos personales, desde la angustia por satisfacer nuestras necesidades emocionales. Es obvio que emprender la búsqueda del amor desde ese lugar nos llevará lugares dolorosos, tortuosos, en los que estamos tratando de convencernos, a través del convencimiento que tratamos de hacer en el otro, de que merecemos un espacio en su vida. Así, nos volcamos en el otro no desde el gusto o placer de dar porque queremos dar, sino dar porque nos sentimos en deuda, sentimos que somos tan poco que debemos dar para justificar que el otro acepte que estemos a su lado.

Antes que nada hay que asumir y hacernos responsables de nuestras emociones, de todas aquellas necesidades emocionales que tenemos, hay que verlas de frente, hacernos responsables de nuestros vacíos y comenzar a trabajar en ellos. Abrazarnos tal y como somos, en lo físico, en lo emocional, lo mental, lo espiritual. El tener necesidades no satisfechas, emociones no resueltas no quiere decir que no podamos encontrar el amor, simplemente se trata de ser conscientes de ellas y no reaccionar desde esos lugares angustiantes, sino mirarlos y así poder integrarlos. De esta forma podremos moverlos desde lugares más amables y para vincularnos desde un lugar honesto y auténtico que tenga que ver realmente con lo que somos y no lo que nos hace falta.